Si instamos a un estudiante de economía a explicarnos el funcionamiento de la bolsa probablemente nos responda algo parecido a que es el mercado donde las empresas cotizadas venden una parte minoritaria de sus acciones, atesorando financiación y liquidez. En contrapartida, los compradores ganan unos pequeños dividendos anuales y la pretensión futurible de revender las acciones a un precio mayor del que fueron adquiridas, obteniendo un beneficio.
Este escenario es muy idílico y funciona bien en ciertas etapas del ciclo económico, pero ¿qué ocurre cuando las economías entran en recesión y las acciones pierden su valor?
Ante esta situación, alguien ingenió un negocio para que los traders (o especuladores) también pudieran rentabilizar sus activos de bolsa en momentos de tendencia bajista de los mercados. El short selling, operación en corto o inversión a la baja es una operativa financiera que permite vender valores que en realidad todavía no tenemos en posesión, sino que hemos alquilado a un bróker. A continuación, concretamos un precio de venta que será superior a aquel por el que las compraremos a posteriori, sacando un rédito por ello.
Es una operación no recomendada a inversiores principiantes, puesto que conlleva un riesgo evidente. En caso de que se revertiera la tendencia y el valor incremente su precio, las pérdidas no tienen un límite, por lo que deberíamos anticiparnos, fijando una posición de cierre.
Esto es justo lo que ha sucedido con el caso GameStop, una cadena de venta y alquiler de videojuegos que se encuentra en momentos bajos debido principalmente a la dificultad de adecuación en el mercado ante la irrupción de la venta digital.
Miles de usuarios de la plataforma Reedit, coordinados a través de grupos de telegram, realizaron compras simultáneas de acciones de la compañía, lo que hizo subir su valor. Esto ha generado potenciales ganancias a los compradores e hizo perder cientos de millones de dólares a diferentes fondos inversores bajistas.
Esta demostración de David contra Goliat nos debe reafirmar en la convicción de que la bolsa no es un reflejo de la economía como hacen creer algunos profesores a sus alumnos, sino que los capitales funcionan independientemente de las expectativas, rentabilidad o fiabilidad de las empresas.
Si bien, no es seguro que este pequeño grupo de inversores salvará la compañía, ni que rentabilizará su ínfima inversión, lo que que es evidente es que al igual que los grandes inversores pueden jugar con los capitales y manipular los mercados, también puede llevarlo a cabo un grupo de anónimos bien organizados haciendo así tambalear los mal llamados cimientos de la economía global.
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